Ya no quería tomar antidepresivos y sentirme como un zombi.
Estaba sin emociones, dejé de llorar por momentos por los que normalmente lloraría. Dejé de reír por momentos que eran muy chistosos y ni siquiera podía forzar una risita. Por último, dejé de sentir amor por los demás, mis hijos y por mí mismo. Como si me estuviera despertando, solo para despertar, ya no sentía ninguna emoción por nada. Mis acciones no tenían sentido y la persona que estaba mirando en el espejo se sentía como un extraño. Fue el sentimiento más desconectado que he sentido en mi vida, y sabía en el fondo que esto tenía que cambiar.
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